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jueves, 16 de julio de 2009

40 Años del Apolo 11

9:40

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Hoy a las 9:32 se inició uno de los mayores logros del sur humano. El cohete Saturno V (el más potente que jamás se ha construido) fue lanzado desde el Centro Kennedy en Florida en cuyo interior viajaban hombres que pasarían a la historia como héroes, eran Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, su objetivo, la superficie de la Luna. Ese objetivo se cumpliría cuatro días después, y cuatro días han de pasar para celebrar el 40 aniversario de ese hito espacial.

Cuarenta años después las cosas han cambiado mucho y la tecnología no ha parado de evolucionar, este artículo en EL PAIS hace un interesante balance de lo que ha representado la llegada a La Luna y la carrera espacial:


A La Luna con 72K (Rafael Clemente: EL PAIS 16/07/2009)

La foto de ahí arriba contiene 33.484 kilobytes de datos, 465 veces más datos que los ordenadores de la nave Apollo 11: 72K de memoria ROM.
En la madrugada del 21 de julio se cumplirán los 40 años de la llegada del hombre a la Luna, a bordo del Apollo 11. Como dijo Armstrong, “un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso a la humanidad”.

Veamos la herencia que dejó aquella gesta.

Siempre que se habla de los beneficios prácticos de la exploración espacial se ponen como ejemplo materiales como el velcro y el teflón. Es una leyenda urbana más. Ninguno de los dos materiales se inventó para atender a necesidades del viaje a la Luna, aunque sí es cierto que la NASA hizo -y sigue haciendo- uso extensivo de ambos.


Cuarenta años después las cosas han cambiado mucho y la tecnología no ha parado de evolucionar, este artículo en EL PAIS hace un interesante balance de lo que ha representado la llegada a La Luna y la carrera espacial:

A La Luna con 72K (Rafael Clemente: EL PAIS 16/07/2009)

La foto de ahí arriba contiene 33.484 kilobytes de datos, 465 veces más datos que los ordenadores de la nave Apollo 11: 72K de memoria ROM.
En la madrugada del 21 de julio se cumplirán los 40 años de la llegada del hombre a la Luna, a bordo del Apollo 11. Como dijo Armstrong, “un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso a la humanidad”.

Veamos la herencia que dejó aquella gesta.

Siempre que se habla de los beneficios prácticos de la exploración espacial se ponen como ejemplo materiales como el velcro y el teflón. Es una leyenda urbana más. Ninguno de los dos materiales se inventó para atender a necesidades del viaje a la Luna, aunque sí es cierto que la NASA hizo -y sigue haciendo- uso extensivo de ambos.

Los verdaderos beneficios de los programas espaciales son mucho más sutiles, como los enormes avances en comunicaciones, telemetría, miniaturización electrónica y técnicas criogénicas, por citar sólo unos pocos.

Cuando la NASA empezó su plan para poner hombres en el espacio, las comunicaciones globales eran casi una utopía, limitadas al servicio que pudieran prestar los pocos cables submarinos existentes. Era una época en que la máxima inmediatez la ofrecían los teletipos, en los que las noticias urgentes se anunciaban con repetidos timbrazos. Hubo que poner a punto una red de comunicaciones de alcance mundial que permitiese estar en contacto con astronautas primero a 200 kilómetros de altura, y después, a 400.000.

Se utilizaron no sólo estaciones terrestres, sino también buques anclados en las zonas en las que no podía obtenerse cobertura por otros medios. Las antenas que siguieron el desembarco en la Luna -en California, Australia y Madrid- siguen operativas hoy en día.Las comunicaciones con la Luna, incluidas las imágenes de televisión que llegaron desde allí eran en formato analógico, el único disponible en la época. Pero para otras misiones -concretamente, los Mariner a Marte- ya se estaban experimentando técnicas digitales. De alguna forma, nuestras cámaras fotográficas y de vídeo trazan su origen a los programas espaciales.
Las naves lunares llevaban a bordo un par de ordenadores de navegación. Comparados con los actuales PC resultan penosamente primitivos: apenas 4 Kbytes de memoria RAM (no megas ni gigas) y 72 Kbytes de ROM.

Los ordenadores no tenían pantalla; tan sólo un display como el de una calculadora y un teclado de 19 teclas. Más o menos, como un teléfono móvil. Tampoco utilizaban disquetes (no existían) ni, menos aún, disco duro. Cada Apollo llevaba el programa para toda la misión escrito y pregrabado en núcleos de ferrita desde antes del despegue. Gracias a eso, la segunda misión a la Luna, el Apollo 12, pudo soportar el impacto de dos rayos durante el despegue sin que se borrase ni un bit de su memoria.

Aun hoy resulta increíble lo que podía conseguirse con un hardware tan elemental. Durante la fase de aterrizaje se encargaba de integrar los datos del radar altimétrico, controlar el impulso del motor principal y de los 16 motores de estabilización, mantener las antenas continuamente orientadas hacia la Tierra y calcular la trayectoria para regresar a la nave nodriza en caso de emergencia. Todo a la vez y con sólo 32 K. Recuérdelo la próxima vez que se queje de que su PC va lento y tiene que ampliarlo.

El programa espacial -y algunos proyectos militares- fueron la fuerza motriz en el desarrollo de la microelectrónica. El cohete lanzador medía 110 metros de altura, pero su cerebro era un anillo de apenas un metro de altura, situado en su parte superior, justo antes de la cápsula propiamente dicha. El resto, pura fuerza bruta: miles y miles de litros de combustible y motores tan potentes que nunca se han vuelto a construir otros iguales. La excelencia en la miniaturización electrónica se cita frecuentemente como una de las razones -pero no la única- que hicieron que Estados Unidos ganase la carrera hacia la Luna.

La mejor herencia del programa Apollo fue el desarrollo de modernas técnicas de gestión. Enfrentados con el problema de coordinar el trabajo de miles de contratistas distribuidos por todo el país, respetando especificaciones y plazos muy estrictos, la NASA se vio obligada a explorar un territorio poco conocido fuera de los ambientes militares, el de los sistemas de planificación y control de producción, que sólo habían sido usados en programas de misiles balísticos como el Polaris y el Minuteman. Esas técnicas, que hoy se utilizan en millares de empresas industriales nacieron a la sombra del programa lunar.

Sólo ocho años

Pero quizá hay una última lección del Apollo. Cuando Kennedy embarcó al país en la carrera, solamente dos astronautas habían volado por el espacio: un ruso y un americano -este último, apenas 15 minutos y aprovechando un cohete táctico de tamaño mediano-.

La NASA no contaba con proyecto previo, ni infraestructura ni naves adecuadas y apenas un puñado de especialistas que empezaban a aprender de sus propios errores. Nadie sabía cómo resolver los problemas de supervivencia fuera de la Tierra. Ni cómo dirigir una cápsula por el espacio. Ni mucho menos cómo enviar algo hasta la Luna y traerlo de regreso. Era, en resumen, la mayor empresa industrial del siglo XX, después del Proyecto Manhattan.
Armstrong pisó la Luna sólo ocho años después de que Kennedy lanzase su reto. Hoy, 40 años después, repetir una gesta así resulta impensable.

Este aniversario ha permitido que en estos días la NASA y el actual presidente de los Estados Unidos, el Sr. Obama se pronuncien sobre los planes de futuro de la agencia espacial.

La NASA celebra el “Apollo 11” inmensa en planear volver a La Luna
Tatiana López (La Vanguardia 15/07/2009)

El 16 de julio 1969 el mundo se quedó ingrávido. Colgados de unos televisores que retransmitían en blanco y negro la salida del cohete Apolo XI a la luna, 600 millones de telespectadores vivieron en su salón la angustia de los astronautas Neil Armstrong, de 38 años, Edwin «Buzz» Aldrin, de 39, y Michael Collins, de 38, desde cabo Cañaveral. Apenas cuatro días después, dos de estos hombres pisaban la luna por primera vez y entraban para la historia para siempre.

Aunque poca gente lo recuerda, tan solo una docena de hombres pisaron la luna en la historia, todos ellos antes de 1972. Tras convertirse en el mejor reclamo de la guerra fría, las misiones lunares fueron siendo relegadas poco a poco en virtud de otras necesidades de la NASA. Una pausa que retomó en el 2004 el presidente George W. Bush, quien en un gesto sin precedentes anunció la creación de un nuevo programa lunar, esta vez destinado a establecer misiones de larga duración en el satélite.

Con la promesa de construir un transbordador eficiente antes del 2015 y de mandar las primera misiones tripuladas para el 2020, estos planes podrían verse frustrados por varias razones. La primera de ellas es la crisis económica que sacude a un país con un déficit de tres billones de dólares y un presidente poco dispuesto a invertir ahora mismo en investigación lunar. Otro de los inconvenientes es la imposibilidad, por ejemplo, de transportar reservas de agua para tanto tiempo, una cuestión que la NASA espera solucionar desarrollando un sistema de localización de agua en el satélite.


Aunque de momento a ninguno de los dos problemas se ha encontrado solución ,desde la NASA se insiste en que los nuevos planes lunares podrían ayudar a avanzar enormemente a la comunidad científica. Entre los proyectos anunciados destacan la instalación de un observatorio de la luna y el análisis más a fondo de sus componentes, lo que podría ayudar a determinar más aspectos del sistema solar.

Por su parte Obama no ha querido dar una respuesta definitiva, pero sí que ha recordado a los investigadores que antes de mandar ningún cohete a la luna el país deberá resolver sus asuntos internos, empezando por una reforma de la seguridad social que podría costar miles de millones de dólares.

En la década de los sesenta el coste se medía en vidas, y el principio del Programa Apolo no parecía optimista. En enero de 1968, un trágico incendio en el Apolo I quitó, en tan solo 17 segundos, la vida de los tres astronautas que realizaban un ensayo de su viaje.

Nueve naves después y sin ningún incidente fatal, por fin el viaje más importante del programa llegó a su ápice a las 15.17 horas del 20 de julio de 1969, horario de Houston, cuando Armstrong transmitió una frase hoy muy repetida en misiones aéreas: «el Águila ha alunizado», en referencia al módulo lunar pilotado por Aldrin. Un día después, diría su frase más célebre: «Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad», mientras caminaba en suelo lunar.

En 1970, sin embargo, este salto pareció haber sido demasiado grande, cuando un fallo técnico provocó una explosión y la consecuente pérdida de oxígeno en la nave, lo que obligó a que el centro de control abortara el alunizaje del Apolo XIII. Hasta el propio presidente Nixon tuvo que preparar un discurso alternativo en caso de tragedia. Los tres astronautas, sin embargo, fueron capaces de sobrevivir a un aterrizaje de emergencia, en lo que la NASA considera hasta hoy un «fracaso exitoso».

Durante estos 40 años ha sido mucha la información científica aportada por la misión Apollo 11, pero también las polémicas que ha despertado, así como las teorías de la conspiración. La pregunta clave durante muchos años ha sido ¿Llegamos a La Luna?, la respuesta obvia es que evidentemente si, aunque hay muchos que lo niegan. Probablemente lo que haya derivado todas estas dudas es la transparencia y el secretismo con el que se llevo la misión. Los cortes de la emisión, la desaparición de las cintas y posterior aparición, los comentarios de muchos astronautas, supuestas comunicaciones interceptadas, presuntas fotos con anomalías, son sólo algunas de las cosas que han alimentado esta paranoia con mayor o menor acierto.

Polémicas aparte, esos años finales de la década de los 60 sirvieron para ver como por una vez en la historia, la ciencia estaba por encima de otras necesidades (si, es cierto que todo era por una rivalidad por la “guerra fría”) y los fondos estatales destinados a esos departamentos creo que nunca han sido vistos de nuevo o siquiera imaginados.

Sirvan estos días para recordar que la ambición del ser humano puede llevarnos a imaginar y hacer grandes y maravillosas cosas, ha “conquistar” lugares donde poder expandir lo mejor de una especie que es capaz de realizar de la misma manera los actos más bellos o los más crueles, pero como dicen todos los que han visto la Tierra desde el espacio: “desde allí arriba uno se da cuenta de la fragilidad del nuestro planeta de que no somos más que un punto en la inmensidad del espacio y que esa visión nos hace querer ser mejor persona”.

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