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miércoles, 11 de marzo de 2009

SIETE FANTASMAS PIROMANOS AMENAZAN A UNA FAMILIA

19:52

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Mayra Royero, 52 años, vecina del barrio Santa Inés, Soledad, un municipio cercano a Barranquilla, apenas duerme desde enero pasado. Nada menos que "siete espíritus incendiarios" amenazan con reducir a cenizas su hogar, donde viven seis almas. Ya quemaron colchones, ropa, camas, y Mayra teme que no se conformen con esas pequeñas desgracias.

"No he pegado el ojo pendiente de que pueda quemar a uno de los niños", señala en una entrevista radiofónica a una emisora local, con voz angustiada. Duerme o lo intenta, rodeada de palanganas rebosantes de agua, para sofocar las llamas en cuanto sienta la primera chispa.

Asegura que los espíritus también les llaman por su nombre y que por la noche escuchan un enorme trajín de cacerolas en la cocina, aunque nadie se ha atrevido aún a asomarse para comprobar lo que ocurre.

El párroco local terció en el misterio de los fantasmas pirómanos. Ante la inquietud de Mayra, aconsejó, a través de las ondas, ponerse en manos de la ciencia antes de dar cualquier otro paso. Si llegara a fallar el diagnóstico de las gentes de la razón, si les fuera imposible ahuyentar a los espíritus aficionados al fuego porque escapa a su control mundano o porque son incapaces de descubrir la verdad detrás de los hechos, intervendría él mismo.

Analizará a fondo el caso y decidiría sobre la necesidad de convocar un exorcista. Lo dijo en un tono mezcla de solemnidad y sincera solidaridad con el feligrés que sufre. De momento, pues, no queda sino tener paciencia y aguardar resultados con la esperanza de que Mayra resista el sueño y apague cualquier incendio. No es el único hecho curioso que conocí estos días en un país que siempre logra sorprender.

Hace unas semanas anunciaron la condena a 30 años de un despiadado asesino y de tres secuaces. La banda mató a un ingeniero bogotano para robarle un invento con el que pensaba hacerse millonario: una máquina capaz de detectar zulos llenos de dólares en medio de los tupidos bosques de las cordilleras andinas.

La guerrilla acostumbra a excavar hoyos para esconder las fortunas que sacan con los rescates de los secuestrados, las extorsiones a comerciantes y ganaderos, así como con el negocio del narcotráfico. Como todo lo manejan en efectivo, los llamados "financieros" de la banda buscan lugares apartados, que sólo conocen ellos mismos y sus jefes, para meter los billetes. Hace cuatro años, una patrulla del ejército halló por casualidad una de esas "cajas fuertes", repleta de dólares y pesos, en plena selva.

Cada vez que los militares dan de baja a un financiero o a un alto mando que conoce las coordenadas del lugar, suelen llevarse el secreto a la tumba. Por eso hay buscadores profesionales por todo el país, que agujerean la tierra como topos. El ingeniero, al parecer, había logrado simplificar la agotadora labor con su peculiar artilugio.

Fuente: elmundo.es

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